Saldaña me recibió con un soleado día, después de
visitar sus calles de bonita decoración con flores en los balcones decidí
visitar uno de los museos de la ciudad, pero ya cansada del largo día salí a
descansar a una pequeña plaza en la que, de pronto, entre sus flores, se acercó
este lindo gatito. No hizo falta ninguna palabra ni maullido, nos entendimos
perfectamente, estaba alimentado y cuidado, la vida en la calle era dura por
los riesgos que los humanos, en ocasiones, le imponían: desprecio, sustos, algún
que otro indicio de maltrato o coches que avanzan demasiado deprisa. Sin
embargo, me hizo saber que había una señora que desinteresadamente le
alimentaba diariamente y se preocupaba por él, que le hablaba con voz cariñosa
y dulce y que siempre acudía puntual a su cita nocturna. No estaba él solo, había
más, algunos con peor suerte porque desaparecían, y otros, con un destino menos
complicado, que podían disfrutar de un pueblo hermoso.
Instante inolvidable, me quede tranquila, o al
menos, eso es lo que yo creí.